Su falda estaba en el lugar exacto de la altura de su cadera, rodeando su cintura, envolviendola y escondiendo la parte final de su camisa, siguiendo los repetitivos consejos de su madre, hasta hacerlos una forma de vida, lo cual, en el colegio en el cual cursaba estudios, estaba excepcionalmente visto, como buena escuela privada, coincidente con los gustos mas clásicos de la mal llamada moda.
- No seas tan engreída María, el chaval simplemente contestó a la pregunta que le hizo el profesor al ver que tu desconocías la respuesta, así que, no te vayas a creer que el buen muchacho lo hizo para dejarte en ridículo delante del maestro -explico Marlene con la autoridad que caracterizaba su voz.
- No te enfades Mari, pero es que no se necesitan mas de 10 segundos para contestar cual es la religión predominante en Egipto, hija, eso lo saben hasta las momias -resalto burlescamente Judith.
- Si, si lo sabía, listilla –replicó casi gritando María- lo que pasa que a Don Pedro le gusta preguntar las cosas como sin preguntarlo, de manera que no hay quien le entienda, y si encima no me deja tiempo para que me lo piense, pues así no me da tiempo a nada.
- Por favor, María, creo que si te dicen que cual es la religión del país de las pirámides, esta claro que te están preguntando muy directamente algo, aunque la pregunta te haga pensar mas de lo que a ti te gusta – dijo Eva introduciéndose en la conversación.
- Que no, que no joder, es que acaso no hay pirámides también en América, o es que acaso lo que hay en Méjico no son pirámides – pregunto vociferando la protagonista de los comentarios.
Este comentario consiguió levantar una coordinada risotada de sus acompañantes, gracias a lo cual, Judith engrandecida comentó:
- Por Dios, María, me vas a llamar ahora a los templos incas, pirámides. Es que acaso no estabas escuchando a Donpi (así es como a veces llamaban cariñosamente a Don Pedro) sobre el Mediterráneo y las culturas que lo engloban.
- No dijo en ningún momento Mediterráneo, sólo habló sobre un mar, y al igual que tú has pensado en el Mediterráneo, yo he pensado en el Caribe, que también es un mar bonito –negó María.
- Que terca eres querida, siempre quieres tener la razón, aunque lo que digas resulte poco creíble hasta para ti misma, eso a ti te da igual, lo importante es que te salgas con la tuya a cualquier precio – exclamó con malicia Judith, a la cual le encantaba chinchar a María, sabiéndose capaz de conseguirlo fácilmente en el momento que la conversación implicara el uso de intelecto principalmente.
- Vais a volver a lo mismo de siempre, lo digo porque sino
A María no le gustaba una conversación con discrepancias, principalmente si el objeto de discusión era uno cualquiera de sus cometarios, que bajo su nada modesto punto de vista, estaban debidamente razonados, ella comentaba su forma de ver las cosas para ese tema, que al fin y al cabo es lo que ella quería expresar y que los demás así lo notarán, por eso no permitía con facilidad que le contradijesen en sus pareceres, porque según su particular forma de ver las cosas, estaban en desacuerdo con todo su yo.
Ella, por tanto, hacia de una parte el todo, las cosas no son azules o grises, y aún menos azul marino o azul celeste, las cosas son blancas o negras, el todo o la nada, el si o el no, el te quiero o te odio,... era incapaz de entender una conversación sin pasión, sin tomar parte activa del comentario – si se hablaban de negligencias médicas, ella se imaginaba o bien que era el propio medico negligente o bien el paciente sobre el cual se había cometido el error, sin llegar a saber bien porque en un momento se coloca en una u otra situación – por lo tanto así siempre podía opinar sobre cualquier tema, independientemente de sus conocimientos sobre la materia, y hacer de un simple comentario, un acalorado objeto de conversación, pues por supuesto, lo que hacia María siempre partía del corazón, ignorando el filtro que en la cabeza hay para los pareceres que emitimos.
Así, ella conseguía inconscientemente ser el centro de la conversación para ella misma, y seguramente para sus acompañantes dialécticos, pues es algo notorio, que las conversaciones en las que más parte se toma y en las que más se disfruta o padece, son aquellas en las cuales te sientes claramente identificado, y por tanto tus ideas se dicen desde el convencimiento propio, lo cual denota seguridad en lo que has dicho, lo cual está muchas veces por encima de la realidad de lo comentado.
María por ello, se dedicaba a olvidar la imparcialidad y a confundirla con lo desaborido de un comentario no interesado, sin formar parte de él, despreciando aunque sin llegar a ignorar (eso era algo que no sabía hacer) lo que ella entendía como un comentario sin pasión y simplemente, comentar por comentar, por seguir la conversación, esto es, por tomar parte de una conversación hacia la cual no se expresaba un especial interés, por el sencillo hecho de que esos comentarios están ahí, a su lado, y por ello todos tenemos ganas de emitir juicios sobre ello, para que los demás sepan cual es la dirección donde van nuestros tiros.
Ella, como parecía, se daba cuenta de esta particular forma suya de opinar, de que su mente la sustituía por la persona de la que se estuviese hablando, por lo cual sus opiniones sobre cualquier tema respondían a un ideal, a una forma de actuar o de entender la vida que era “la suya”, y por tanto la única válida para ella, que para eso es la suya, por eso no admitía que la llevasen la contraria así como así, pues ella lo entendía, de una manera exagerada claramente, eso implicaba el no tolerarla, desde su dedo índice del pie hasta el ultimo pelo de la parte mas alta de su testa.
Era incapaz de planear un comentario, era totalmente incapaz de adelantarse a una previsible declaración de intenciones, pues ella comentaba sobre algo ya dicho, ella respondía más que preguntaba, pues prefería ser escuchada a escuchar, y lo que decía, lo decía ipso facto, desde el arrebato, desde cualquiera de sus aurículas hasta la punta de su lengua, pasando por unas cuerdas vocales de una elevada entonación, en un camino lo más recto posible, sin obstáculos que permitiesen decorar sus comentarios o que sirvieran para ablandarlos, simplemente tenía que ser lo primero que se le ocurría, ignorando la parada solicitada que para todos los demás es, el diplomático cerebro.
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