martes, 24 de noviembre de 2009

SsD -Cap V-

Esa era la gran suerte que tuvo en su niñez Eva, el ser tan bien y cariñosamente recogida por esas monjas, dispuestas a regalarla todo su amor y bondad, lo cual a Eva le llegó rápidamente, tal vez por eso nunca se sintió como lo que realmente era, una huérfana, pues allí no tenía un padre, pero tenía 110 madres capaces de lo que fuera con tal de complacer a la niña de sus ojos; aunque de sus múltiples madres, ella se sentía más unida a SOR ANGELA, que su propio nombre nos indica, era su ángel de la guardia en la tierra.

A ella le daba un tremendo miedo compartir sus sentimientos, aunque eso seguramente ella ni lo sabía, era algo peligroso para su tenue corazón, por eso huía de intimar, porque eso supondría dar puerta de salida a su interior, y eso por el momento, no lo había experimentado, y ante este nuevo reto, su subconsciente todavía no se sentía capacitado a probarlo. Ella tenía su propio mundillo, donde era reina, porque era la única persona que dominaba en él (o eso le parecía a ella), y no había ninguna idea externa que pudiese destronarla, y resaltar su inseguridad, por eso se convertía en un reino “nazi” en cuanto a sus filias y fobias, pues solo podía encontrar una raza de ideas, las suyas, puesto que el imponer una pluralidad de ideas le daba vértigo, y la hacía dudar, cosa que ella sabía que no era muy difícil de conseguir, y que en el fondo sería algo que la identificaría de por vida.

Sonó el timbre, llegaba el momento de volver a clase, clases de las que cada una tenía sus opiniones, y se veían desde los distintos prismas de cada cual.

Eva, no era una alumna inapetente intelectualmente hablando, a ella le gustaba aprender, de hecho este era su fuerte, era una muchacha muy inteligente, y se encargaba de demostrarlo siempre que podía, o siempre y cuando estuviera concentrada en lo que decía el maestro, cosa que no siempre ocurría; con una vez que escuchase o leyese, le bastaba y sobraba para conseguir memorizar la idea del texto. Ella se apasionaba con las clases deductivas, que la permitiesen no dar a la cabeza las cosas hechas, sino que le pusiesen trabas intelectuales que tuviese que solucionar, siempre y cuando esta deducción fuera en la individualidad, y no de manera colectiva, donde ahí entraba a formar parte el contacto interpersonal que tanto intentaba evitar, y aborrecía. Era a fin de cuentas una inadaptada social.

Esto, Marlene no lo entendía, y bajo su carácter dominante intentaba no tolerárselo, pues ella tal vez, conocedora de sus privilegios con Eva, pues era el único agente exterior al cerebrito de Eva, sin acceso restringido, lo que le permitía hacer constantes visitas a esa penitenciaria que gobernaba a su amiga, con el fin de hacerla ver las evidentes cualidades que atesoraba esa cárcel-mansión (a Marlene más bien le recordaba a una biblioteca llena de sabiduría, aunque eso si, también ocupada por un gran silencio, falta de claridad, excesiva sobriedad y un evidente miedo a las nuevas adquisiciones); ella sentía una escondida envidia por esa cabecita que portaba Eva, por eso, a ella no escapaba, esos haces de viva inteligencia que Eva demostraba, y que para el resto de sus compañeras pasaban desapercibidos, con el consiguiente enojo que eso le producía a Marlene.

Pues si, Marlene, si sabía apreciar a su pequeña monjita (como ella la llamaba), pues la veía unas condiciones antagónicas a las suyas, percibía su sumisión de una manera dulce, acaramelada y que a vista de los hombres podía resultar altamente sensual, cosa que Marlene, sentía totalmente inútil de conseguir, o al menos esa impresión le daba.

- A ver María -ya en clase, dijo el profesor hoy con las banderas de que países nos vas a amenizar la clase, porque por lo que he podido observar ya me tienes completado todo África y creo que también toda la Europa Occidental, así que para terminar la colección me gustaría que concluyeras el resto de Europa y así poder mostrar al resto de tus compañeros las banderas eslavas, que por cierto, me vendría bastante bien recordar termino subrayando ante la carcajada general del alumnado.

Como quiera Don Servando, que sé que a usted estas cosas le molan -repuso María.

Efectivamente, María sin saberlo había acertado, a Don Servando le gustaban esas banderillas, sabía apreciar su exquisita y original ornamentación malamente pintorrojeada por su alumna más rebelde. Don Servando era un hombre de tamaño familiar (rondaba los 2 metros de longitud), de voz muy masculina, grave hasta casi la ronquera, y que nos transmitía tal cual su carácter, sosegado y tranquilo. Él gustaba de vestir un viejo chándal con apariencia de pijama de terciopelo, que hacía que sus clases pareciese que se daban desde el salón de la casa de cada alumno, cosa que él notaba y que no intentaba evitar, más bien al contrario, era algo buscado, pues consideraba que un buen maestro debe estar a la misma altura que su alumnado y no, en un escalón superior, a veces inaccesible para esos pequeños oyentes (cosa que sus compañeros en sala de profesores no compartían, y por lo cual ya había tenido algún debate sobre el tema), y eso se conseguía a través de la mutua confianza que ese confort en sus clases emanaba. Para él, el profesor no es solo eso, un simple empleado que lo que hace es vomitar sus clases con más o menos interés, y aprobar o suspender a quien se lo merezca de la manera más equitativa y justa, según el librillo de cada maestrillo, sino debe ser un maestro, o al menos eso es lo que le habían enseñado en sus ya lejanos años de carrera, era algo que le había gustado percibir en su niñez; el ser maestro implica no sólo impartir las clases de las asignaturas que le correspondiesen, sino intentar hacerlas lo más amenas posibles, pues eso aseguraba una mejor recepción de sus muchachos, y sobretodo, y lo más importante, adoctrinar sobre la vida a los muchachos, hacerles ver las cosas, que sepan reconocer los méritos de las personas que les rodean, que vean los baches con los que se van a encontrar, y que ellos decidan como regatearlos (ayudados eso sí, por los sabios consejos del venerable y experimentado maestro), por eso, a María la permitía esos insignificantes excesos dialécticos con los que diariamente les complacía, y a cambio ella, le abría las puertas de su cabeza y los ventanales de su enlatecido corazón, escuchando con atención (cosa altamente difícil de conseguir) las advertencias que sobre cualquier tema su entrañable Don Servando podía comentar.

A Don Servando, le ocurría lo mismo que lo que le pasaba a cualquier maestro apasionado por su profesión, había una muchacha de su clase, que le parecía especialmente agradable y a la cual la miraba con unos ojos distintos a los que miraba al resto de sus alumnos; era algo inevitable, a pesar de ir en contra de la más estricta moral didáctica, que dice, que como pasa con una madre con sus hijos, debe quererlos a todos por igual. Pero de esa niña, al viejo maestro siempre se le escapaba un comentario en la sala de reunión, seguramente debido, a que la veía como esa hija que nunca llegó a tener (aunque estaba felizmente casado, era padre sin querubines). Esta muchacha se hacia llamar Mariem, hasta el momento innombrada de manera consciente por mi parte, porque como a ella le gusta, prefería que la presentaran de una manera modesta, casi sin querer, pasando completamente desapercibida.

lunes, 16 de noviembre de 2009

SsD -Cap IV-

Para ella la reflexión no existía, y menos en el transcurso de una charla, era incapaz de pararse a pensar detenidamente algo que la habían comentado antes de contestar, pues sus prioridades partían del corazón antes que del cerebelo, por eso ella no decía las cosas por esta o esa razón (aunque ella si consideraba su opinión reflexiva), sino por que “LA DABA LA GANA”, porque su acalorada sangre así se lo exigía, y empapaba de convencimiento a toda aquella zona de su anatomía sobre la cual posaba, por eso estaba en total sintonía de opinión desde el 1º de sus glóbulos rojos de cualquiera de sus arterias, hasta la última célula de la más recóndita parte de su sugerente tejido adiposo, por eso cuando su voz expulsaba su opinión, lo hacía apasionadamente, debido al autoconvencimiento al que se había sometido antes de que el resto del mundo sepa lo que quiere decir. Este era el secreto de su fortaleza fonética (que no coincidía con la dialéctica), puesto que ella era la reina de los decibelios, pues así consideraba María que se vencía en una conversación, a bocinazos y no a coherencias.

Para nuestra María, las otras opiniones no eran relevantes, no eran la suya, no eran opiniones con tanta potencia como las dichas por ella, y según su curiosa forma de entender una conversación, el grado de certeza de un comentario se mide por la capacidad sonora, por la longitud de onda de su oralidad, nunca por la inteligencia.

Esto, era motivo de discusiones constantes, en especial con una persona como Judith, que no podía contenerse ante tan evidente cabezotonería, no podía permitir el que un comentario no acompañado de una concatenación de lógicas ideas saliese ganador, por eso tal vez, las dos estaban en constante pelea verbal, la una por su incontinente intolerancia y la otra por no permitir que la ilógica se adueñase del centro de la conversación, sin darse cuenta, que ella con esa actitud, era la principal socia de ello.

Si, si, María, es cierto que tenía que salirse con la suya por bemoles, de tal manera que si en vez de conversación lo convirtiésemos en un monólogo, ella estaría encantada, pues no tendría que estar teniendo que ceder en la conversación (cosa que aunque ella aborrecía, alguna vez no le quedaba otra posibilidad que hacer), para no tener que aguantar esos burlescos comentarios sabiondos de su principal enemiga oral, la Judas (así es como llamaba a Judith cuando realmente su paciencia se acababa).

La Mari, si estuviera hablando en la enormidad del gran desierto africano, rodeada por norte, sur, este y oeste de las dunas, aislada de vida en kilómetros a la redonda, por lo tanto, sin nadie para escucharla, ni siquiera para oírla (con lo cual si disfrutaba), pues para ella, está situación tan irreal, era el edén de las conversaciones (lo cual resulta paradójico, puesto que una conversación sin respuestas, sin alternativas, no es una conversación), ya que no había posibilidad de rebatir sus comentarios, nadie que le contradiga (y por lo tanto alejada de Judith, la eterna rebatidora a sus opiniones), simplemente una persona con razón, una sola opinión, y por lo tanto victoria constante, que para una persona tan resultadista como ella, era su objetivo.

Volviendo a la actualidad, en ese patio del colegio, principal lugar de reunión y de conversación o discusión (sobretodo si están alguna de las 2 peleonas oradoras), lo que hacia a Eva imposible disfrutar de la escasa y variada sonoridad que el recreo tenía, y que a ella tanto le gustaba escuchar.

A Eva desde luego esto no le producía precisamente ningún placer, ella gozaba más escuchando como corría el aire, como se golpeaba un balón, como sonaban las campanas de una iglesia próxima o como se cerraban las puertas, a una típica conversación hormonal, muy previsible en esas edades.

Era una persona reservada, que no proyectaba gustosamente sus opiniones, ni sus ideales o gustos, era más fácil oírla cantar en voz baja una preciosa canción o silbar un repetitivo estribillo, que verla decir algo, por lo que resultaba difícil de conocer, y así conseguía mantener la más absoluta de las privacidades sobre su desconocida mente, resultando casi imposible descubrir algún detalle de su poco ornamentado interior, siendo esta, una evidencia de la presencia del grueso muro (que ella había convertido en bastante infranqueable) que circundaba su masa gris, capaz de ridiculizar al propio muro berlines, hasta parecer igualarlo a cualquier tapia que separa las minúsculas parcelas de la campiña norte cacereña, muro que separaba su yo interno del externo -escasamente expresivo y aun menos expansivo.

Eva, como ha podido verse reflejado en mis comentarios anteriores, no era una persona que dejase traslucir con facilidad nada de su interior hacia fuera, debido a ese muro que dominaba su pensamiento, y su sentimiento, que era su individual muralla china, y que rodeaba todas las partes de su cuerpo con un ánimo evidentemente proteccionista, aunque ese proteccionismo más bien lo confundía con aislamiento del exterior, lo cual le convertía en una persona indiferente ante casi cualquier agente externo a su diminuto cuerpo femenino, que al fin y al cabo era lo que quería, aunque lo que no pretendía era convertirse en una rea de sus propias y escasas pretensiones.

Ella, oculta en ese constante sinsabor y sin padecer, donde no se sabía si reía o lloraba, o si se alegraba o se indignaba, porque ante su cara ingestual no se podía acertar lo que dentro de ella pasaba; ella vivía (se supone que no gustosamente) en una tonalidad grisácea constantemente, su cabeza se encontraba nublada, de cirros oscuros, cargados de miedo y cargantes para su cerebro, sin ideas que expresar, tal vez porque así no había nadie que se las chafase, pues allí al fin y al cabo se veía como una pobre muchachilla con poca voz y aún menos voto en cualquier corrillo de amigos.

A fuerza de reconocer las cosas, su infancia no fue un dechado de afortunadas situaciones, más bien al contrario, pero para ella no fue tan mala: se quedó rápidamente huérfana, pues su madre murió del esfuerzo de su parto, y su padre había muerto semanas antes, no sin haberse llevado antes la promesa de su mujer de que ante su dolorosa ausencia, ella habría de cuidar con el mayor de los sacrificios (cosa que desde luego, va en la condición materna) a su pequeño bebé, que en ese desafortunado momento, estaba sólo en camino. Ante esa delicada situación, una tía suya (hermana de su padre) que contaba entre sus amigas con una monja, tomo la decisión de dársela para que la educasen y la criasen en un coqueto convento conocido como San Gregorio.

Poesía de subsistencia

Anhelo estar a tu lado,
me siento un hombre potente,
pero si me enseñas tu costado,
me suicidas de repente.

Necesito tu compañía,
es pasión y fantasía,
porque si me abandonas,
las escalas de grises me toman.

Porque tanta distancia,
porque tanto olvido,
solo se que en tu infancia,
hubiera sido tu cupido.

Dame la mano cariño,
por ti me dejo llevar,
porque es nuestro sino,
contigo no abandonar.

Quiero darme un paseo,
bajo la luz de la luna,
y asi alli te veo,
mecida en su cuna.

Y porque tienes las llaves,
de mi invisible cerrojo,
en mi corazón no cabe,
contigo un enojo.

Tu eres la luz,
en una noche cerrada,
pues lo que no hagas tú,
no lo hace ningun hada.

Sabes que cuando esta mano
esta pensando en tí,
se convierte en agua de caño,
y la sequía desaparece en mí.

Vuelo por el cielo,
navego por el mar,
y si me caigo al suelo,
tu me vas a guiar.

Quiero que me entiendas,
con mi personalidad,
quiero que comprendas,
en mi, tu autoridad.

No es cosa de mandatos,
pues yo soy rebelde,
es sólo un alegato,
a ti muller, para que me tientes.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

SsD -Cap III-

Su falda estaba en el lugar exacto de la altura de su cadera, rodeando su cintura, envolviendola y escondiendo la parte final de su camisa, siguiendo los repetitivos consejos de su madre, hasta hacerlos una forma de vida, lo cual, en el colegio en el cual cursaba estudios, estaba excepcionalmente visto, como buena escuela privada, coincidente con los gustos mas clásicos de la mal llamada moda.

- Mira, mira –comentaba despectivamente María, mientras mascaba con desidia un chicle -como me mira ese sabelotodo, como me ha dejado en ridículo hoy en clase, para quedar bien delante de Don Pedro.

- No seas tan engreída María, el chaval simplemente contestó a la pregunta que le hizo el profesor al ver que tu desconocías la respuesta, así que, no te vayas a creer que el buen muchacho lo hizo para dejarte en ridículo delante del maestro -explico Marlene con la autoridad que caracterizaba su voz.

- No te enfades Mari, pero es que no se necesitan mas de 10 segundos para contestar cual es la religión predominante en Egipto, hija, eso lo saben hasta las momias -resalto burlescamente Judith.

- Si, si lo sabía, listilla –replicó casi gritando María- lo que pasa que a Don Pedro le gusta preguntar las cosas como sin preguntarlo, de manera que no hay quien le entienda, y si encima no me deja tiempo para que me lo piense, pues así no me da tiempo a nada.

- Por favor, María, creo que si te dicen que cual es la religión del país de las pirámides, esta claro que te están preguntando muy directamente algo, aunque la pregunta te haga pensar mas de lo que a ti te gusta – dijo Eva introduciéndose en la conversación.

- Que no, que no joder, es que acaso no hay pirámides también en América, o es que acaso lo que hay en Méjico no son pirámides – pregunto vociferando la protagonista de los comentarios.

Este comentario consiguió levantar una coordinada risotada de sus acompañantes, gracias a lo cual, Judith engrandecida comentó:

- Por Dios, María, me vas a llamar ahora a los templos incas, pirámides. Es que acaso no estabas escuchando a Donpi (así es como a veces llamaban cariñosamente a Don Pedro) sobre el Mediterráneo y las culturas que lo engloban.

- No dijo en ningún momento Mediterráneo, sólo habló sobre un mar, y al igual que tú has pensado en el Mediterráneo, yo he pensado en el Caribe, que también es un mar bonito –negó María.

- Que terca eres querida, siempre quieres tener la razón, aunque lo que digas resulte poco creíble hasta para ti misma, eso a ti te da igual, lo importante es que te salgas con la tuya a cualquier precio – exclamó con malicia Judith, a la cual le encantaba chinchar a María, sabiéndose capaz de conseguirlo fácilmente en el momento que la conversación implicara el uso de intelecto principalmente.

- Vais a volver a lo mismo de siempre, lo digo porque sino la Eva y la que viste y calza, nos vamos a otro lado y os dejamos discutiendo a vuestro antojo -comentó Marlene, adelantándose a los acontecimientos.


A María no le gustaba una conversación con discrepancias, principalmente si el objeto de discusión era uno cualquiera de sus cometarios, que bajo su nada modesto punto de vista, estaban debidamente razonados, ella comentaba su forma de ver las cosas para ese tema, que al fin y al cabo es lo que ella quería expresar y que los demás así lo notarán, por eso no permitía con facilidad que le contradijesen en sus pareceres, porque según su particular forma de ver las cosas, estaban en desacuerdo con todo su yo.

Ella, por tanto, hacia de una parte el todo, las cosas no son azules o grises, y aún menos azul marino o azul celeste, las cosas son blancas o negras, el todo o la nada, el si o el no, el te quiero o te odio,... era incapaz de entender una conversación sin pasión, sin tomar parte activa del comentario – si se hablaban de negligencias médicas, ella se imaginaba o bien que era el propio medico negligente o bien el paciente sobre el cual se había cometido el error, sin llegar a saber bien porque en un momento se coloca en una u otra situación – por lo tanto así siempre podía opinar sobre cualquier tema, independientemente de sus conocimientos sobre la materia, y hacer de un simple comentario, un acalorado objeto de conversación, pues por supuesto, lo que hacia María siempre partía del corazón, ignorando el filtro que en la cabeza hay para los pareceres que emitimos.

Así, ella conseguía inconscientemente ser el centro de la conversación para ella misma, y seguramente para sus acompañantes dialécticos, pues es algo notorio, que las conversaciones en las que más parte se toma y en las que más se disfruta o padece, son aquellas en las cuales te sientes claramente identificado, y por tanto tus ideas se dicen desde el convencimiento propio, lo cual denota seguridad en lo que has dicho, lo cual está muchas veces por encima de la realidad de lo comentado.

María por ello, se dedicaba a olvidar la imparcialidad y a confundirla con lo desaborido de un comentario no interesado, sin formar parte de él, despreciando aunque sin llegar a ignorar (eso era algo que no sabía hacer) lo que ella entendía como un comentario sin pasión y simplemente, comentar por comentar, por seguir la conversación, esto es, por tomar parte de una conversación hacia la cual no se expresaba un especial interés, por el sencillo hecho de que esos comentarios están ahí, a su lado, y por ello todos tenemos ganas de emitir juicios sobre ello, para que los demás sepan cual es la dirección donde van nuestros tiros.

Ella, como parecía, se daba cuenta de esta particular forma suya de opinar, de que su mente la sustituía por la persona de la que se estuviese hablando, por lo cual sus opiniones sobre cualquier tema respondían a un ideal, a una forma de actuar o de entender la vida que era “la suya”, y por tanto la única válida para ella, que para eso es la suya, por eso no admitía que la llevasen la contraria así como así, pues ella lo entendía, de una manera exagerada claramente, eso implicaba el no tolerarla, desde su dedo índice del pie hasta el ultimo pelo de la parte mas alta de su testa.


Era incapaz de planear un comentario, era totalmente incapaz de adelantarse a una previsible declaración de intenciones, pues ella comentaba sobre algo ya dicho, ella respondía más que preguntaba, pues prefería ser escuchada a escuchar, y lo que decía, lo decía ipso facto, desde el arrebato, desde cualquiera de sus aurículas hasta la punta de su lengua, pasando por unas cuerdas vocales de una elevada entonación, en un camino lo más recto posible, sin obstáculos que permitiesen decorar sus comentarios o que sirvieran para ablandarlos, simplemente tenía que ser lo primero que se le ocurría, ignorando la parada solicitada que para todos los demás es, el diplomático cerebro.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Sinos sin Destino - Capítulo II -

Acompañando a Marlene y María se encontraba Eva, con su minúscula espalda semiencorvada, apoyada en la pared que mira hacia el interior del patio, observando lo que pasaba, asomándose por un momento con su cabecita alta, de manera sigilosa, inadvertidamente, y escuchando a sus compañeras y amigas a su peculiar manera, colocando su tímida cabecita mirando al suelo de piedra entre sus 2 finas piernas. En ese momento ella cambió la colocación de su cabeza, mirando fijamente hacia el cielo, enteramente nublado, y con sus ojos conformando una mirada perdida hacia el norte de su cabeza, una mirada en la que no se apreciaba fondo, que no demostraba alegría, pero que ni siquiera mostraba pena, queriendo enseñarnos que no expresa nada, porque sus pupilas no tienen colores que nos hagan creer en la presencia de vida, y cualquiera sabe que la presencia de colores lleva aparejado algún sentimiento, algo que nos hace disfrutar o padecer, alegrarnos o apenarnos, reír o llorar,... algo que Eva no quería transmitir, pues no estaba dispuesta a decidir que color elegir para sus ojos, ella la chica que no toma decisiones, ya vendría alguien que decidiera por ella, asumiendo encantada la decisión que tomasen por ella, indiferentemente de que la gustase o no, lo importante es que alguien la quisiese lo suficiente como para tomar decisiones en su nombre.

Eva era la protegida de Marlene, era la niña de sus ojos, seguramente porque a su lado Marlene se sentía aún más fuerte, si eso era factible. Si, la gran chica sentía un especial aprecio por la recogida Evita, ella la veía como ve un profesor a su alumna favorita, a la cual le inculca todo lo que sabe, sintiéndose con ello, hacedora de sus sueños y animadora de sus voluntades.

Este cariño, que por supuesto tenía 2 direcciones, no estaba exento de la incomprensión que el comportamiento pasivo de Eva tenía para Marlene; era incapaz de entender como alguien podía anteponer una opinión ajena, a lo que nuestro propio instinto nos indica, ocultando tu propia iniciativa ante el empuje del comentario exterior. Esta actitud, entendía Marlene, se asemejaba mas a la de una oveja en un redil que a la forma de actuar de cualquier mente provista de cerebro humano, más capacitado para la toma de decisiones; era una forma de coexistir sumisa, pese a todo, puede que entendible, aunque una forma de vivir y existir cobarde, autoabandonándose a sus propios gustos, aficiones y sobretodo responsabilidades y voluntades, negando la lucha, esquivando enemistades, regateando discusiones, enseñando a su alrededor, que la luz que ilumina cualquier vida, en su caso estaba apagada, sin el más mínimo destello que nos permitiese intuir hacia donde quería encaminar los pasos que conducen su vida.

Todo eso, juntado con las incesables ganas de Marlene por indicarla el camino a seguir, era motivo de constante regañina hacia ella, aún a riesgo de saber que sus discursos en una gran mayoría de los casos, caían en vaso roto, porque no estaba dispuesta a entender que su paradójica forma de ser, que no daba problemas a nadie, si que podía hacer que los demás se lo dieran a ella.

Al fin y al cabo, ella había pasado su infancia en una hospedería de monjas, y eso la hacía suponer (en este caso con razón), que en algún lado habría alguien dispuesto a cuidarla, con la misma devoción y cariño con que la habían cuidado anteriormente.

Por último, estaba Judith, que se encontraba perfectamente sentada, casi como si estuviera posando para una foto familiar, con una rodilla encima de la otra, con las piernas armoniosamente cruzadas, sin optar ni por una postura provocativa, ni llamativa, simplemente una pose educada e inexpresiva, para que así no se pudiera facilitar los comentarios fáciles y prejuiciosos que a los seres humanos tanto nos gusta regalar. Expuesta con un codo apoyado sobre la rodilla mas alta y la mano de ese brazo aparentemente sujetando su barbilla, en posición de observación ante lo que la rodeaba, dando la sensación de que sus movimientos estaban perfectamente sincronizados y pensados, como correspondía a una chica que quería expresar clase en sus maneras, una clase característica de un elitista barrio madrileño, famoso por sus historias de la prensa rosa actualmente, pero en otras épocas por ser el lugar de reunión para la toma de las grandes decisiones nacionales.

Hasta la diadema de un color marrón oscuro, a juego con su color moreno de pelo, colocada en el medio de su cabeza, equidistante con respecto a las 2 pinzas que sujetaban la parte trasera de su pelo, que conformaban un todo simétrico en su cabeza, de tal manera que sentíamos al mirar esa parte, una sensación de armonía debido a la indivisibilidad que emitía aquella testa, y en la que Judith no nos permitía observar nada antiestético, saliente o discordante con esa homogeneidad que quería demostrarnos.

Judith, que era un claro ejemplo de que una persona que es lo que la enseñan, lo que su contexto la permite ver o ser, tenía claro que la gente es lo que aparenta y si no es así, al menos procurar hacérselo creer a la gente que te rodea en la cotidianidad. Esto –decía Judith- era así porque hay que tener siempre una buena presencia, porque todos preferimos ver algo bonito antes que algo feo, algo ordenado antes que lo caótico, algo limpio antes que algo mugriento,... y con esto conseguimos que la primera opinión visual que la gente se va a hacer de nosotros sea agradable; ella tenía un aspecto físico standard dentro de su ámbito social, no la gustaba tener que ir a contracorriente, ella prefería seguir lo que la sociedad le imponía sin pararse a pensar si para ella era algo convincente, sino que simplemente era lo que había y por ello a lo que debía seguir, de una manera por tanto sumisa, aunque ella no se diera cuenta de esta sumisión que tenía hacia su circulo familiar y social, tal vez porque lo veía como algo normal.

Por todo esto, ella llevaba el pelo correctamente engominado, con las hebras que conformaban su rectilínea cabellera acastañada, formando líneas concéntricas equidistantes y convergentes con sus 2 pinzas, consiguiendo con esto, que el subconsciente de sus observadores emitiese opiniones equilibradas hacia su persona, que al fin y al cabo era el principal fin de su ordenado peinado. Su blusa, de un color azul claro, hasta casi confundirse con el color blanco, estaba en constante pelea con cualquier arruga o mancha (como ocurre con un agente nocivo en la anatomía humana) de tal manera que era capaz de superponer sobre dicho enemigo, cualquier detalle decorativo que fuese capaz de ayudarla a esquivar la vergüenza que esa nota discordante sacaría la luz.