domingo, 25 de octubre de 2009

Sinos sin Destino - Capítulo I -

Estaban en esa edad de amar y sobretodo de ser amadas, eran mujeres muy distintas, nada iguales, cada una con sus rasgos diferenciales, ni mejores ni peores que los de otras niñas de su edad, pero eso sí, todas ellas con un fin común, encontrar a alguien que diese por ellas todo lo que ellas estaban dispuestas a dar por la persona que eligiesen sus corazones para amar sin restricciones, sin tabúes, y por supuesto sin condiciones.

Si, es cierto, estaban en una edad (la quincena de años), donde todo es sueño, sueños que en una gran cantidad de casos se desmoronan, porque la vida así lo decide, y así nos lo impone; esos sueños, después de todo, no son mas que un castillo de naipes perfectamente barnizado, tan reluciente como cada una se imponía, de una belleza embriagadora que muchas veces solo es una utopía inalcanzable y que tan solo es comparable su preciosismo con la inestabilidad real que supone.

Si, y ¿qué mas da?.

Porque ellas, creen en ello, y no piensan en lo factible de esas ilusiones, sino en la felicidad que las embriaga cada vez que les ilumina su mente, lo cual las permite desarrollar su imaginación, fomentar sus deseos afectuosos, que en un futuro, seguramente muy próximo, sean también sexuales, porque sensuales empiezan a ser y seguramente nunca dejarán de serlo. Al fin y al cabo, y aunque ellas no lo sepan, no es más que la percepción de lo que imaginan en sus momentos de meditación, con el fin de tener su mente llena de ilusiones, pues sin esas ilusiones la luz que las rodea sería de una tonalidad grisácea, oscura y triste, cual nubarrón antes de empezar a descargar todo su inmenso potencial.

Esta hora de rotura de clases, era la favorita de cualquiera de ellas (incluso de la introvertida Eva), como la de cualquier otro adolescente con ganas de disfrutar de la compañía de sus amigos de escuela, y de comentar lo que su imaginación le manda y sus deseos le imponen. Sí lo que su imaginación les dicta y lo que en sus deseos reluce, lo igualáramos con una imaginaria línea recta, cada una de ellas, con su sentido y dirección características, lo ideal sería que ambas rectas, la suya y la de su otro yo, su media naranja, se cruzasen en el instante preciso y en un contexto adecuado, algo tan ilusionante como difícilmente conseguible. Esto que para ellas supone la única manera de encontrar ese amor pretendido, con el tiempo y las experiencias que iran sufriendo, no dejará de ser una ilusión de la incansable pubertad, que luego se eclosionará transformándose en la inteligente madurez.

María, estaba sentada sobre un murete del patio, con su mirada desafiante, en postura sensiblemente agresiva, con una pierna acompañando al muro y la otra con el pie tocando su otra rodilla, de tal manera que consiguiese llamar la atención de cualquier chaval que pasase por sus alrededores. Ella, al igual que sus amigas, iba vestida con el uniforme del colegio, ese mismo uniforme que le hacia sentirse encorsetada (una imagen que desde luego no quería desprender, ella que presumía de rebelde, que la gustaba la guerra, hasta el punto de ser incapaz de controlar un silencio, pero perfectamente apta para conseguir dominar a su antojo el kaos más caótico, que nuestra imaginación pueda conocer), y esta posición le permitía manejar la mirada de los muchachos, consiguiendo atraer la dirección de las mismas hacía lo que su entrepierna permitía insinuar, debido a su pose sugerente, lo cual pretendía para su propio disfrute.

Para ella no había nada más fascinante que ser el centro de cualquier conversación, participase o no en la misma, y claro está, que en un colegio lleno de adolescentes con las hormonas en su máximo punto de actividad, era muy fácil de conseguir, cosa que a ella desde luego no escapaba. Ella disfrutaba más de la provocación, de la insinuación morbosa, que del contacto sensual, prefería conseguir que alguien se masturbará imaginando su desnudo, que lograr satisfacer su deseo carnal con ella, aunque ese deseo fuese acompañado de una adorable noche repleta de caricias y música clásica.

Si, ella era así, y además le encantaba serlo. Si hiciese falta, ella rompía sus faldas por un lado para que se consiguiera apreciar más porción de su pierna, que aunque, prácticamente sea de leche, era fuertemente atrayente para la chavalería que la rodeaba en sus recreos.

En cambio, contrastando con la forma de ser de María, estaba Marlene, apodada con algo de malicia por parte de sus compañeros del sexo opuesto de clase “la muralla”, debido a su aspecto físico recio, poco dado a la sonrisa fácil, de una estatura grandilocuente en comparación con cualquiera de sus colegas de recreo y de complexión ancha, aunque sin poder llegar a observar obesidad en su cuerpo, vamos lo que es una muchacha de porte fuerte, física y también mentalmente, lo cual agrandaba esa apariencia que la rodeaba, haciendo mas llamativo si cabe su aspecto, de por sí, ya fácilmente observable.

Su mirada no atisbaba dudas, tal vez fuera porque no las tuviera, tal vez porque no las quiere tener, o incluso tal vez por que no entiende que se pueda tener dudas, ¿para qué tenerlas?, se decía ella –las cosas se hacen o bien porque tu instinto te lo indica o porque antes lo has sopesado, nada se hace al tuntún -, era incapaz de pensar que alguien hiciese algo sin saber él porque lo ha hecho, o peor aún, sin entender el motivo de porque uno mismo ha actuado así o asa, no, eso no era lógico para la impertérrita Marlene. A ella le había costado mucho entender que alguien dudase y no supiese encontrar el camino de cómo salir de la misma, si eso era realmente sencillo, tan sencillo como realizar, llevar a la vida real lo que habías considerado que era la solución a ese problema que te obnubilaba, pues lo importante no era acertar o no, eso era parte del juego, sino no permitirte el perder terreno ante la imperialista duda, reina de la resignación, es decir, que todo ello no se quedase en un mero pensamiento que si no salía de tu cabecita pensante, sería entonces, algo absolutamente inútil.

Si, hay que tener claro lo que se quiere en esta vida, y eso siempre pasa por saciar tus dudas, no por quedarte a medias en ellas, convirtiéndote en espectador pasivo en vez de ser el actor principal que todos debemos ser para con nosotros mismos. Por eso ella entendía que no podía permitirse el enorme lujo de vivir entre un mar de dudas, que podía llevarla al riesgo de acabar ahogándose entre ellas, lo cual suponía la peor de las pesadillas para la muchacha.

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